¿Qué debemos hacer los anarquistas?

Ilustración original de Villy, toqueteada por La Rebelde

I-

Estamos ante el caos. En la Argentina poco falta para que nos lancemos unos contra otros con los afilados dientes de lo irracional. Inmoralidad de los gobernantes –jamás vivida aquí, con tanta desvergüenza y eso que se trata de militares “sanmartinianos”– que para defender el privilegio recurren al garrote; desorientación en la gente pensante del país, y en una negra historia actual y un negro futuro hecho de crimen, torturas, mentiras, miedo, terror.

Las leyes que nos rigen son la ley del revólver, la ley de la picana, la ley del puntapié a los riñones, la ley de la coima, de la defraudación, de la estafa. La burla. El presidente Lanusse habla de la defensa del “tradicional modo de vivir de los argentinos”. Ese tradicional modo de vida impuesto por Lanusse, por Levingston, por Onganía, es la tortura hasta a las mujeres embarazadas, el encarcelamiento de abogados, de allanamientos sin ningún pudor, las bandas armadas denominadas “organismos parapoliciales”, la desaparición de seres humanos que no es otra cosa que el crimen frío, el asesinato cobarde, la escoria, la moral humana ensorbecida y dueña del destino de los demás: la “brigada antiguerrillera” en Mendoza fue un ejemplo digno de lo que puede ser la entrega del poder a las bestias (escupitajos a la gente, puntapiés a las maestras, rodillazos y trompis a los peatones que iban al trabajo). La bajeza, la alevosía, la canallada, la vileza. Todo uniformado, todo pagado por el pueblo. Un masoquismo mesiánico. La masa paga para que el Estado le pegue, la castigue, la degrade hasta los extremos más abominables.

Y ante todos estos hechos todo el mundo habla contra la violencia. Todos cacarean que están contra la violencia. Las entidades más “representativas”, todos los políticos y todos los “personajones” que viven de la teta del Estado se creyeron en la obligación de salir a fijar sus puntos de vista contra la violencia. El Estado en ridículas frases por radio, por televisión, en millones de pesos en propaganda en diarios y revistas, quiere convencernos que la violencia es una cosa muy fea y que está muy mal ejercitarla. La violencia solo puede ser patrimonio del Estado, es decir de los que están arriba, de los que oficialmente tienen las armas y el látigo y por sobre todo, el dinero.

Esta es la situación en la Argentina. Pero los anarquistas no nos podemos contentar con decir: es el resultado lógico de la lucha de los que están arriba y de aquellos que están abajo quieren apoderarse del poder. En el momento actual no podemos ser meros espectadores. No podemos tampoco pasar todo el tiempo cacareando contra la violencia. No.

No. Que quede claro. Los anarquistas estamos absolutamente contra la violencia irracional. ¿Por qué? Porque precisamente nuestra única arma es la razón, el raciocinio. Queremos llegar a la liberación del hombre y los caminos hacia esa liberación solo se pueden llamar: el saber, la ciencia, el arte, el estudio, la lógica, la eliminación de todos los mitos, el diálogo, el respeto absoluto por la individualidad y la naturaleza. Y no son armas impotentes, son las únicas armas para llegar a la libertad y la comprensión de lo universal.

Pero ojo, que nadie se equivoque. Que los anarquistas, que los libertarios estén contra la violencia no quiere decir que se lo van a pasar deshojando margaritas mientras ven que en la vereda de enfrente los hombres de botas pisotean el vergel que es patrimonio de todos, producto del trabajo de todos.

¡No olvidarse! Precisamente nosotros, los que vivimos en tierra argentina, tenemos el ejemplo de dos héroes, de dos auténticos héroes anarquistas absolutamente enemigos de la violencia que recurrieron a ella para impedir que los chacales terminaran con su orgía de sangre segando la vida de los trabajadores: se llamaron Simón Radowitzky y Kurt Gustav Wilckens. Dos almas absoluta y típicamente tolstoianas. Dos hombres que no pisaban el suelo para no matar insectos, las células más pequeñas de todo esto tan maravillosos que se llama vida, naturaleza. Y estos dos hombres puros, mansos, recurrieron a la bomba, como cuando Jesús recurrió al látigo para echar a los mercaderes del templo.

Cuando Wilckens y Radowitzky hicieron estallar la dinamita de su incontenible ira, el Estado de aquel tiempo, los notables de aquella época cacarearon sus ridículas frases hechas contra la violencia.

Pero nadie se mintió. Nadie. Todos sonrieron admirando a los dos héroes que habían usado de la violencia como último recurso.

Ese es el mandato que debemos tener como norma los anarquistas. Los que creemos que la libertad solo puede ser dignidad del hombre. Por eso nosotros no podemos quedar como meros espectadores ni repudiar gratuitamente a la violencia para hacerle el juego a los ladrones de uniforme que se apoderaron del poder a punta de pistola en ese antro delictivo que se llama Casa Rosada.

No estamos ni con el ERP, ni con el FAL, ni con FAR, ni con el FAP ni mucho menos con los montoneros. Pero esto no lo decimos para quedar bien con la policía ni para que nos dejen publicar sin dificultades a “La Protesta”. No estamos con ellos así como los marineros de Krondstadt no estuvieron ni con Trotsky ni con Lenin ni con Stalin, y así como en España no estuvimos ni con Negrin ni con el embajador soviético. A pesar de que los marineros de Krondstadt estuvieron contra el zar, y a pesar de que los milicianos anarquistas estuvieron contra Franco.

Si estamos contra la opresión del Estado, si estamos por la liberación del hombre, no podemos estar con los que aspiren a tomar el poder. No nos podemos engañar. Cuando ellos lleguen a lo que aspiran las primeras víctimas serán los anarquistas, porque se negarán una y otra vez a soportar la esclavitud del Estado.

Pero volvamos a repetir, en esta lucha de los poderoso contra los que aspiren al poder, llámense políticos, guerrilleros, golpistas, emisarios de Madrid, los anarquistas no pueden quedarse neutrales, no pueden ser los espectadores de una película sin fin de vigilantes y ladrones. Porque allí siempre se pierde uno solo, al hombre.

¿Y cuál debe ser nuestra acción? De todos los días. Silenciosa, pero no por eso rehuirle al bulto a nuestra misión. Debemos ser los hombres que impulsen grandes movimientos de protesta, debemos ser los educadores de aquellos que no saben que el hombre para ser digno debe ser libre, no un mero objeto de uniformes y de leyes tramposas. La acción de los anarquistas está en la educación. Nuestras ideas son las ideas de la sabiduría. Nuestra filosofía llega a lo que aspiraron los pueblos de todas las épocas: la libertad. ¿Qué duda nos cabe entonces? Enseñarlas pues. Hoy tenemos solo una hoja, solo una casa, solo un orador. A duplicarlo mañana, como lo hacían nuestros compañeros, que lucharon todas sus vidas. Nos alientan los movimientos de jóvenes en Europa. En las Universidades de Alemania, de Francia, de Inglaterra, en los claustros de la cultura el único tema es la descentralización del poder para llegar a la libertad del individuo. No estamos solos, el progreso está con nosotros.

Ilustración original Villy Villian

A enseñar, a sembrar. Ese es el camino. A tener una conducta diaria pero eso sí, si quieren doblegar nuestra dignidad, si quieren hacernos callar con palos o con rejas, entonces debemos imitar a nuestros queridos e inolvidables héroes. Imitar a Kurt y a Simón. Porque más vale morir por la dignidad que besar a los pies de las bestias.

Por Osvaldo Bayer, inédito desde 1972 y publicado en 2014 en ¿Qué debemos hacer los anarquistas? y otros textos. 1a ed, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Ed. Quadrata. Dejamos para descargar la Parte II que completa el texto, donde Bayer hace una feroz y comprometida crítica a la dictadura de Lanusse.

Descargar texto

Ver más Apuntes