Libertarios del capital. Bastardeando un noble ideal

*Escribe Germán Grob

Un libertario no es de derecha. El rejunte de disparatados, reaccionarios y fascistas que se dieron cita el martes 26 en la Plaza de Mayo en la denominada Marcha Anticuarentena, promovió una notable y llamativa repercusión en los medios de comunicación de consumo de los autodenominados «libertarios». Uno de los bufones del circo per

sonificó en Javier Milei y José Luis Espert las ideas libertarias. Tan burda, como carente de consistencia, se vuelve la argumentación del pintoresco manifestante que corrientes dispares embanderan sus falsas ideas de libertad. Espert es un neoliberal, un representante político de las clases dominantes y se vuelve una simpleza descartarlo de las ideas libertarias dado que no se opone al Estado; en efecto, ha presentado una decadente candidatura presidencial en 2019. Veamos entonces al referente por descarte del simpático manifestante de la plaza. Es interesante la breve biografía de Javier Milei –Wikipedia, contrastada con coincidencias en notas periodísticas online varias– puesto que se trata de un hijo de la clase trabajadora. Su padre fue chofer de colectivos, aunque Milei no exprese sentido alguno de pertenencia, posicionándose ante la opinión pública como un hombre afecto al empresariado.

Rebeldía, juventud y anarcocapitalismo

La rebeldía, en la juventud, es conducta humana; se diría que una condición necesaria de ese tránsito a la adultez. La necesidad de independizarse, en un joven, requiere una cuota mínima de rebeldía. Tal vez esa cuota le permita sortear mandatos sociales ante la confusión y los temores que el mundo adulto supone. Así, el discurso de Milei -centrado en lo inadmisible de los impuestos y los impedimentos burocráticos que el Estado establece para dificultar esa emancipación- resulta atractivo para los jóvenes. Y más aún, alcanza a individuos practicantes de una onírica autogestión; práctica que en el ombliguismo de salvarse a sí mismos, sin solidaridad y apoyo mutuo, muere ante la crudeza y la parálisis que una peste mundial está provocando. Este discurso liberador de Milei es una simple oda al emprendedurismo, aquel que los neoliberales siempre promovieron para romper y achicar el trabajo asalariado en beneficio del capital. Con todo, el argumento más exaitante que esgrime es el de anarcocapitalismo. Este falso concepto le imprime cierta civilidad a la anarquía, un matiz despolitizado. Es claro que la anarquía ha sido degradada por la historia y el periodismo mercenario. Posterguemos por un instante el concepto de anarquía y su verdadero significado. Volvamos al economista del capital, Javier Milei. Para este iluminista de la acumulación sin restricciones de riquezas, la solución a la pobreza y la desigualdad es el anarcocapitalismo. En su pedagogía de shows televisados, con su didáctica despojada de tecnicismos, explica que hay que eliminar al Estado, una especie de monstruo autoritario que se impone a las libertades individuales. No hace falta ser catedrático ni universitario para comprender que el capitalismo sin Estado no existe. El Estado es el conjunto de instituciones políticas y jurídicas, bajo el control de las clases dominantes -el capital- que preserva la propiedad privada; las fuerzas represivas el principal aparato de violencia para su resguardo. Nuevamente, no existe capitalismo sin Estado. Milei, como todo buen burgués, aunque resulta una marioneta del burgués, sabe perfectamente de la necesidad del Estado para la supervivencia del capital. Su verdadera y oculta propuesta es la de achicar el Estado, jamás abolirlo. Elimínese el Estado y las masas tomarán lo que es suyo por ser quienes crean la riqueza y por resistir siglos de explotación y opresión. Milei y su capitalismo quedan así reducidos a palabras necias, aunque efectivas.

Abolición del falso concepto

Este falso posicionamiento ante el Estado que Milei promueve prende en la juventud y se romantiza con la palabra libertario. El individuo autónomo, acumulador de capital, sin la intromisión del Estado en los negocios de los particulares, comprendido como libertario. Un disparate. La libertad que Milei propone, la de las clases dominantes o el absurdo del «ser tu propio jefe», se sostiene en el sometimiento a las clases sociales bajas; la libertad del burgués a expensas de la miseria del trabajador.

Un libertario entonces, por naturaleza, pertenece a las clases populares, a la clase trabajadora. Por supuesto que puede haber -los hubo- libertarios hijos de las clases acomodadas; de la clase alta o capas medias, burgueses o pequeñoburgueses, ¿cómo negarlo? Ernesto Guevara, libertario de los mejores de nuestro tiempo y cuya opción política del socialismo autoritario quedan para otro análisis, provenía de un sector social medio-alto. Errico Malatesta era hijo de una familia rica, su origen no fue proletario. Lo determinante es que estos ejemplos de hombre nuevo sintieron un enorme amor por su pueblo, comprendieron que para ser revolucionario había que ser hijo del pueblo, vivir con el pueblo y como el pueblo, renunciando a todos los privilegios. Guevara encendió su fuego al viajar por latinoamérica y practicó una vida de revolucionario de la que jamás retornó; Malatesta renunció a la fortuna familiar heredada y viajó por el mundo fundando sociedades de resistencia, los gérmenes de los sindicatos, difundiendo las ideas anarquistas y viviendo del sudor de su trabajo obrero. Un libertario entonces busca en todo momento la libertad, lucha contra la opresión económica y política. Comprende que sólo habrá libertad en la igualdad social. No hay libertad para el individuo si sus pares no son libres, por tanto el ser libertario requiere solidaridad de clase. Así, ser libertarios para el bienestar individual, para acumular riquezas, es una necedad.

Sobre la anarquía

Existe una conceptualización sobre la anarquía basada en el triunfo político de las clases dominantes sobre los oprimidos. Ante la pregunta, una gran proporción de hombres comunes responderían que anarquía es desorden y caos, seguramente sea una definición de diccionario. Sin embargo, desde una perspectiva política, es lo opuesto; la anarquía es perfecto orden. Resulta dificultoso, aún ante los argumentos y las teorías, reconocer la armonía de la sociedad anarquista. Es preciso despojarse de las ideas liberales y autoritarias. Entender que es el Estado el que genera todas las contradicciones sociales y económicas, el que necesita aplicar la autoridad a través de la fuerza y la represión, fomentando finalmente ese caos y desorden permanente al que hay que controlar.

Una vez más, el anarcocapitalismo no existe, sin Estado no hay capitalismo.

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