Reflexiones sobre el zapatismo a la vuelta de un viaje a México

*Escribe Germán Grob

Zapata, zapatismo y el EZLN

Cuando era pibe –adolescente de la escuela secundaria de los 90, sin internet y con la información más hegemonizada que por estos días– supe por la TV que hubo un levantamiento en armas en el sur de México. La pedagogía no crítica, ni revisionista de la historia de aquella escuela pública dejó que se anclara en mi cabeza lo que la caja boba vociferaba: en México se está produciendo un brote revolucionario. No era cierto; lecturas posteriores y un interés particular en los zapatistas de Chiapas me llevaron a comprender que en el sureste mexicano existe una rebelión permanente por la defensa de la tierra y la autonomía.

Este movimiento político, indigenista, cultural, armado, no es la reencarnación de la Revolución Mexicana ni la resurrección de Emiliano Zapata; sí la reivindicación de consignas centrales de esa revolución como derecho a la tierra, patria y lucha contra la concentración de riquezas. En tiempos del Caudillo del Sur, se luchaba contra los hacendados, en el presente y desde hace algunas décadas contra el neoliberalismo. El EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) es, más allá de la parafernalia mediática y la figura del Subcomandante Marcos, el concepto más conocido del zapatismo. Si bien es preexistente, entra en escena en 1994, cuando el gobierno mexicano decide ingresar al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, donde se pretendía reformar la Constitución y eliminar los ejidos, aquella vieja conquista de la Revolución Mexicana de tierras comunitarias. Los zapatistas, en su organización militar del EZLN, están desde entonces en conflicto con el Estado, soportando traiciones y el incumplimiento de acuerdos firmados, luego del desarme. Se distinguen 3 componentes en la historia del EZLN: el político-militar, intelectuales urbanos del ambiente universitario por la toma del poder; indigenistas politizados, elite indígena con formación política que desplaza al ideal intelectual marxista; y comunidades indígenas.

El zapatismo del sureste mexicano entonces, no es una guerrilla armada por la toma del poder. No existe un programa político tradicional, un manifiesto dogmático sobre el qué hacer. Lo que existe, tal el caso de las Declaraciones de la Selva Lacandona, es la expresión de la necesidad de organizar las demandas de las comunidades indígenas dentro de la sociedad en conflicto; de allí la consigna de «crear un mundo donde quepan todos los mundos«.

El EZLN, las organizaciones políticas, los intelectuales y el pueblo mexicano

Desde su levantamiento en armas en 1994 el EZLN ha sido tomado como es habitual para los políticos y los partidos, en particular los autodenominados de izquierda, es decir: una bandera. Lo interesante es que al entrar en debate e intercambios de ideas con aquellos que tienen la receta para hacer la revolución –aunque es evidente que algún ingrediente les falta– subyace el rechazo al zapatismo. Sí, rechazo. Para los deglutidos por el Estado, la izquierda institucionalizada, no luchar por tomar el poder es abrir camino a la burguesía. Es hacérsela fácil, es hacerle el juego. Dijo Marcos en una entrevista con Yvon Le Bot, libro El sueño zapatista, respecto de no ir tras el dogma de los partidos políticos: «si me criticas es que no eres revolucionario, eres reaccionario o eres ignorante, no has entendido el papel de la vanguardia». El zapatismo pone en ridículo a las izquierdas del momento actual, las desnuda y muestra que atrasan, que en la lucha por el poder son espectadores privilegiados, desde alguna banca.

En este punto de las reflexiones –los intelectuales y el pueblo mexicano– debo remarcar que son un recorte subjetivo de un reciente viaje por México; seguramente el conjunto de ideas previas va delimitando un rumbo por caminos y destinos, así como las conversas con las gentes y los encuentros que van surgiendo quedan atados a ese andar que se va trazando. Como en las enseñanzas de aquel chamán yaqui, un guerrero en busca del conocimiento tiene el control sin controlar nada. Así pues, de mi camino pude vivenciar que el zapatismo, el movimiento rebelde del sureste mexicano tiene apoyo explícito y amplio en el sector académico, aunque testimonial en las organizaciones políticas –apoyan la rebelión, rechazan el método-. Los zapatistas denominan a este apoyo Los tercios compas y es comprensible que exista en todo aquello que se referencia en la lucha por un mundo mejor, incluso hay redes internacionales, organismos y movimientos formales más allá de las fronteras. Sin embargo, al interior de México, las contradicciones que produce el zapatismo y el EZLN son complejas. En Chiapas conversé con 2 pibes de los suburbios del DF, ambos estudiantes universitarios avanzados de sociales, laburantes, vendedores ambulantes. Expusieron sus argumentos acerca de estas contradicciones que el zapatismo atraviesa y, desde su posicionamiento crítico al intelectualismo progre universitario, destacaron que el ambiente académico se posiciona desde un lugar de privilegios pequeñoburgueses, de izquierdistas moralmente necesario, sin peso significativo en las problemáticas en las que el EZLN vuelve a aparecer en escena. En uno de los viajes hacia un caracol, en la comunidad Roberto Barrios cercana a Palenque, Chiapas, en la caja de una camioneta charlamos con una joven y un anciano de ascendencia maya. Los 2 estudiantes del DF estimularon el intercambio de ideas acerca del Proyecto del Tren Maya –en oposición radical del EZLN– al que joven y anciano adhieren enérgicamente tras el ensueño de progreso. Al regreso, viajo en una combi colectivo charlando con su conductor, pasamos por el caracol y le pregunto sobre los zapatistas, a lo que responde «son terrenos privados, nosotros no sabemos sobre ellos«. Un par de días antes, en el tramo de San Cristóbal de las Casas a Ocosingo, un corte de ruta nos retrasa unos minutos y le entregan una papeleta al conductor. Entre otros puntos, la papeleta plantea: «Denunciamos enérgicamente (…) acciones violentas por parte del grupo armado de EZLN«, «A partir de ahora los zapatistas del EZLN, nos declararon la guerra y nos vamos a defender porque los pueblos organizados todos somos ex zapatistas y ex oficiales que combatimos valerosamente con el mayor Alfredo, en el cuartel rancho nuevo el 1 de enero de 1994«, «Apoyo total a nuestro presidente (…) Andrés Manuel López Obrador«, «Rechazo total la denominada: jornadas en defensa del territorio y a la madre tierra (…) convocada por el EZLN«. El membrete alude a la Organización Regional de Cafeticultores de Ocosingo y cabe mencionar que junto a la papeleta, se reclamó una colaboración de 20 pesos mexicanos. En particular, este piquete expone una jugarreta política, pues explicita el apoyo al presidente de México. Luego, la denuncia de agresión armada no amerita una colaboración económica. Parece clara entonces la intencionalidad de desacreditar la lucha y las demandas del zapatismo. Sin embargo, la puesta en escena no oculta la naturaleza social de sus actores, campesinos que se oponen a campesinos. Pobres contra pobres, en un enfrentamiento fogoneado desde el gobierno y los medios de comunicación. A fin de cuentas, el zapatismo enfrenta una problemática seria al interior profundo de México, con el pueblo mexicano.

papeleta contra el EZLN, click para ver

Zapatismo y libertad

Antes de llegar a Chiapas, en un recorrido breve por Morelos –la tierra de Emiliano Zapata-me crucé de casualidad en una pequeña librería con la obra de John Kenneth Turner. El librero me dejó a un precio muy beneficioso México bárbaro, una crónica periodística de 1908 que vislumbraba el fin del Porfiriato a manos de una revolución. Sus páginas son un documento acerca de la esclavitud y el peonaje al sur del río Bravo, que en conjunto con una «hábil influencia aplicada sobre el periodismo» y el apoyo político de los Estados Unidos a Porfirio Díaz, sometieron al pueblo y las riquezas de México al capital norteamericano. El autor traza un paralelismo entre los hacendados en México y la aristocracia terrateniente en Francia que dio paso a la Revolución Francesa. Como aquella, la Revolución Mexicana terminó traicionada por los hijos de las clases privilegiadas, burgueses y pequeñoburgueses, y se llevó al mejor de los hijos del pueblo que luchó por la tierra y la libertad. Emiliano Zapata, General del Ejército del Sur, ejército de campesinos, rechazó el poder político para permanecer en defensa de la tierra. Aquella revolución popular, surgida como guerrillas del norte y del sur, luchó por el reparto de la tierra entre los esclavizados por el sistema de don Porfirio. En términos de socialización de la riqueza se lograron ampliar y multiplicar los ejidos, tierras comunales para el trabajo y la explotación por el pueblo, que hoy pueden encontrarse en México y que siguen siendo objetivo del capitalismo voraz.

Ph La Rebelde

Los zapatistas del sureste mexicano retoman las consignas de la Revolución Mexicana y luchan por defender la tierra ante cada nuevo intento de avance capitalista. Para los zapatistas tierra es libertad y libertad es autonomía. Al leer textos y entrevistas al subcomandante Marcos, donde rechaza la toma del poder, surge rápidamente la alternativa libertaria. ¿Es el zapatismo una organización libertaria? Lo es, su resistencia y su autonomía dentro de sus propias comunidades, como una caminito al costado del Estado lo confirman. No es una alternativa horizontal, la organización política y administrativa en los caracoles, las «Juntas del buen gobierno«, no dejan de ser gobierno. La autoridad está presente, fuertemente, prohibiciones al interior de los territorios zapatistas, la imposibilidad de dialogar con las personas en el caracol son una muestra. Con todo, el zapatismo es una semillita libertaria. La amenaza militar permanente y la historia de no cumplimiento de los acuerdos por los diferentes gobiernos, han generado las condiciones para que los zapatistas sean susceptibles y desconfíen de ataques e infiltraciones a sus filas.

Así es la libertad, según los zapatistas.

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