De la histeria al fascismo

Reseña libre sobre La peste, de Albert Camus

*Escribe Antonio Berger

La novela y su trama

Hace más de 60 años, en 1947, el francés Albert Camus publicaba esta novela de 200 y pico de páginas (edición Maestros de la literatura contemporánea, Sudamericana). Comienza con una cita: «Tan razonable como representar una prisión de cierto género por otra diferente es representar algo que existe realmente por algo que no existe» (DANIEL DE FOE). La historia recrea una prisión a cielo abierto; en una ciudad, Orán, Argelia. Es absurdo creer que una ciudad puede convertirse en una cárcel, solo la ficción y la genialidad de un tipo como Camus estimula estas fantasías. Veamos; en principio la peste es cosa de otros, de otras regiones. Cuando cruza las puertas de nuestros territorios es cosa de los más brutos, en general los pobres, porque son sucios. Como reguero de pólvora comienza a esparcirse y cuando queremos acordar está sentada en nuestra mesa; allí es necesario negarla, ocultarla. Hasta que aparecen los muertos.

El personaje principal, Tarrou, cronista a quien Camus interpela insistentemente –tal vez sea él mismo– dialoga con el doctor Rieux y afirma al respecto de su incansable lucha contra la muerte (…)«las victorias de usted siempre serán provisionales»(…) A lo que responde el doctor, «eso no es razón para dejar de luchar».

Cuando la peste suprime la tabla de valores

Como toda lectura, la de este libro deja ideas, análisis, reflexiones y la búsqueda de una correspondencia con el mundo en el que vivimos. Por estos días de peste y cuarentena declarada por el Estado argentino se evidencia lo inhumano hecho ley, norma, decreto. ¿Cómo es posible que tengamos que recluirnos a 4 paredes, imposibilitados de la libre circulación? Toda persona que pueda transmitir alguna peste, con síntomas o en padecimiento, por humanidad debiera recluirse y solicitar tratamiento. ¿Debemos entrar en un nivel de locura tal, de denunciar a nuestros vecinos o seres queridos para que las fuerzas represivas de ese Estado intervengan? En una primera fase entramos en histeria colectiva, luego mostramos conductas fascistas.

El Estado semicolonial es un perro faldero del imperialismo, de las potencias centrales; va por detrás y a los saltitos tomando las medidas que le recomiendan o le ordenan. El absurdo es evidente: cuarentena en estamentos del Estado e instituciones educativas, es decir todos aquellos asalariados que ese padre protector puede resguardar; mientras en los transportes públicos los laburantes de la economía en negro y los del sector privado en resistencia a perder ingresos viajan como latas de sardinas. ¿Qué sucedería si la cuarentena se extiende y la paralización de la economía se recrudece? El Estado deja de recaudar y sus asalariados protegidos dejarán de percibir remuneración, al tiempo que los trabajadores del sector informal, los perjudicados de siempre y los primeros en sufrir todas las crisis llevarán tiempo de hacer piruetas para alimentarse y pagar sus cuentas. Por tanto, no es ninguna tontera la necesidad extrema que conduzca a hacerse de alimentos por la fuerza.

Calma, paz, tranquilidad; los gobernantes pueden ser burros, incultos, gatos y tíos, pero no tontos. Antes de llegar a los saqueos, ocultar cifras de la peste y taladrar las cabezas de los ciudadanos presos en sus ciudades –cansados y aburridos como en la obra de Camus-, mediante la maquinaria de las cajas bobas serán la vacuna que todos recibiremos para la peste de un sistema que no tiene cura.

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