El faro de la revolución

Cabo Cruz, Cuba. Ph La Rebelde

*Por Germán Grob

De Trinidad a Bayamo

En el año 2014 tuve el enorme privilegio de viajar a Cuba. Cuando era pibe y leía biografías o pasajes de los diarios del Ché, no podía siquiera soñar en que pisaría aquella maravillosa isla. Al planificar, buscar y leer sobre los sitios a visitar, me resultaba ineludible el lugar de desembarco del Granma, aquel sobrepoblado yate que se quedó sin gasolina en las costas de la isla.

Ya en La Habana se presentaba complicada la travesía hacia Las Coloradas –la playa en que el Granma debió desembarcar– pues no encontré quien supiese cómo llegar (descartando de plano un tour). Luego de un un par de días en la colonial Trinidad me lancé a destino; tomé un bondi hasta Bayamo –capital de la provincia de Granma– y a seguir indagando. Llegué por la tardecita y me alojé en la casa de una señora muy conversadora, frente a la plaza central de la pequeña ciudad. Negociamos los 20 CUC (moneda convertible de paridad a 1 con el dólar en aquel año) bajo mi promesa de no revelar el precio al francés que desde algunos días dormía en la pieza vecina. Salí al balcón y observé la plaza, bajé, caminé hasta la sencilla peatonal para tener un panorama de Bayamo: ciudad pequeña, ningún turista, poco movimiento. Al volver me detengo en una tienda de abarrotes y me pongo a conversar con un taxista y su compinche; el tachero detecta mi argentinidad y en instantes estamos como los chanchos. En esa agradable confianza, típica de los cubanos hacia los argentinos, le explico al tachero el motivo de mi paso por Bayamo; me informa que mi excursión se puede hacer viajando de pueblito en pueblito, en guaguas (camiones que transportan pasajeros en sus cajas), con la dificultad de conseguir sitio donde dormir, dado que en lugares pequeños no hay turismo y el alojamiento en casas particulares es una actividad que regula el estado. La opción entonces es un auto particular que me lleve en el día.

Vuelvo a mi morada y confío en la capacidad comercial de mi patrona. En efecto, hace un llamado, explica las limitaciones económicas de un argentino y queda en confirmar la excursión. Andrés, el francés, escucha con dificultad y se entusiasma. Media hora después la patrona devuelve el llamado informando que se suma un pasajero. Dividimos el costo y a mediamañana del día siguiente partimos.

La ruta hacia el Granma

No recuerdo el nombre de nuestro guía, un mulato con auto propio. Me cuenta que estuvo en la Unión Soviética trabajando por unos años, gracias a intercambios de los gobiernos, que allí ahorró un pequeño capital y que así pudo comprarse el auto en su regreso a Cuba (un último modelo de una marca China). El francés se exalta, le dice que vivió en Rusia; el chofer se alegra y detalla que vivió en Moscú, en adelante conversarán en ruso sin cesar.

Nuestro chofer resulta un gran «práctico» –denominación que dan a los baquianos en la isla– , conocedor de la zona y abierto para debatir la realidad social y económica de Cuba. Pasamos por Niquero con la mala fortuna de que la casa museo de la revolucionaria imprescindible, Celia Sánchez, se encontraba cerrada. El viaje es complicado, pues por la ruta circulan bicicletas, peatones y animales. No bajan en ningún momento de la cinta asfáltica, no hay bocinazos, el código de convivencia es que los vehículos van detrás, incluso por kilómetros, hasta que se abre una luz de paso por el carril contrario. Hora y media luego de partir llegamos al Parque Nacional Desembarco del Granma, nos dan una breve charla en un sencillo museo donde se pueden ver billetes, pistolas, cananas y todo tipo de objetos pertenecientes a los revolucionarios que llegaron a aquel sitio.

Damos un paseo por el Parque, entramos en un bohío –vivienda de pajas de palmas, que según el guía turístico sirvió como primer escondite para los revolucionarios-, pasamos por una réplica del yate y finalmente nos dirigimos hacia un muelle. Avanzamos entre una frondosa vegetación, a los lados el mar es ciénaga; comprendo entonces que estamos en el sitio histórico en que los expedicionarios del Granma caminaron durante horas, donde dejaron sus pies en carne viva y recibieron las balas de bienvenida que abrieron fuego al primer combate de la revolución. Me invade una profunda emoción el sitio; recordar los relatos del Ché, observar el mar calmo como si fuese un estanque de color plateado por donde ese puñado de hombres, con un amor por su pueblo inconmensurable, dejaron sus vidas y dieron inicio al quiebre de la historia.

Ph La Rebelde

El muelle se encuentra a unos kms al sur de la playa Las Coloradas, el lugar que Fidel planificó para desembarcar. El Granma, desbordado de expedicionarios, agotó su gasolina antes de Las Coloradas; calcularon por la luz del faro del Cabo Cruz que estaban en la zona y descendieron en el lugar exacto en que hoy se encuentra este muelle.

Cabo Cruz, pueblo y faro de pescadores

Cabo Cruz se encuentra dentro del Parque Nacional, por tanto es un lugar preservado y así se puede vivenciar. Unas pocas casitas, playa sin turistas ni hoteles, el histórico faro y un comedor para los pescadores. Este pequeño pueblo se emplaza en una leve colina sobre el mar.

Bajamos hasta la playa. El mar llega tranquilo entre los corales. Me siento en la orilla, cebo el mate y en mis pies juegan pequeños pececitos que me recuerdan los cornalitos inalcanzables de Monte Hermoso, a miles de kms en el Atlántico Sur. El francés se adentra hasta los corales, dá brazadas, hace la plancha, se pone de pié y refresca su calva. El mar es tibio como todo el Caribe que baña la isla. Nuestro chofer nos llama desde el restaurant. Salgo del agua cristalina, el francés no. El cubano insiste, se molesta, comprende que Andrés quiere disfrutar esa playa mágica y desolada.

En el comedor de pescadores nos reciben con agrado. Los lugareños nos conversan poco, demuestran diferencias a los habaneros o los cubanos que viven del turismo. La mesera nos explica el menú y el costo, me alegra y sorprende que no aplica el sistema de doble moneda, nos cobra entonces en moneda nacional como a cualquiera de los pescadores. La diferencia es realmente notable, más aún teniendo en cuenta el menú: mayonesa de langosta para entrar y filetes de pescado con arroz congrí. El francés se sorprende casi al punto del enojo cuando le explico que nunca comí langosta; su reclamo radica en que llevo 2 semanas en Cuba.

Dejamos Cabo Cruz, observo por última vez el horizonte que descansa sobre el mar, vuelvo mis ojos hacia el faro y me despido de ese lugar hermoso con un recuerdo al Ché, sus ideas de hombre nuevo y mis días de lectura.

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